A los dieciocho años Melisa, con la aprobación de sus padres, salió de su casa para asistir a una universidad a unos cuatrocientos kilómetros de su pueblo. Vivía con una amiga en un internado. Durante la primera semana hizo amistad con varias compañeras y todo parecía irle bien. Pero faltando cuatro días para que empezara la primera rueda de exámenes finales, Melisa dejó de ir a clase. No aguanto más  le explicó a su amiga , los profesores son demasiado exigentes. Cada uno se cree que su curso es el único que una está tomando. No puedo mantenerme al día con todo. Creo que no estoy aprobando nínguna materia. Ni siquiera he ido a la clase de matemáticas en tres semanas; sé que el profesor me odia. Trató de contener las lágrimas y se secó la nariz con el dorso de la mano.- Ya ni quiero andar por los pasillos de la universidad por miedo de encontrarme con uno de mis profesores.