Muchos cristianos se sienten incómodos ante la noción de reconocer cualquier mérito propio. Están totalmente en contra de la idea de amarse o aceptarse. Por sus antecedentes teológicos, o quizá por otras consideraciones, se ven constantemente como gusanos insignificantes para ser pisoteados, pecadores sin valor que sólo merecen el infierno. Les cuesta combinar la idea de una autestima buena con lo que han aprendido de la Biblia. Citando Romanos 12:3: «nadie tenga más alto concepto de sí que el que deba tener; más bien, que piense con sensatez, conforme a la medida de la fe que Dios repartió a cada uno» dicen: «¿Ve? Uno no debe tener un buen concepto de uno mismo». La psicología secular contemporánea encuentra contradictorio ese razonamiento teológico. Por el contrario, quienes tienen una autoestima sana ven al mundo como un desafío a ser enfrentado, una oportunidad de poner en práctica su fuerza personal y su confianza en Cristo. Dichas personas creen que pueden tener un impacto sobre su mundo por medio de Cristo, y que por  la gracia de Dios pueden cambiar eficazmente su ambiente.