El valor propio no es una idea extraña a Las Escrituras. Está entretejida en el corazón del proceso redentor de Dios. El que nos compró por precio sabe nuestro verdadero valor. El precio que pagó por nosotros es Jesús (vea: 1 Corintios 6:20; 1 Pedro 1:18, 19). Si nos pusiéramos etiquetas de precio, cada una diría «Jesús». Tenemos «el valor de Jesús» a los ojos de Dios porque eso es lo que pagó por nosotros por medio de la muerte de Jesús en la cruz para pagar por nuestros pecados. Esa es la declaración de Dios sobre lo que valemos. No obstante, es importante reconocer que tenemos este valor intrínseco por lo que Dios ha hecho y por quien nos hizo que fuéramos. No es un valor adquirido por nosotros, ni algo que hicimos o no hicimos para merecerlo. En Efesios 1:18 Pablo escribió sobre nuestro valor intrínseco al reafirmar que somos de Cristo. Es así que vemos que la Biblia da validez al concepto del valor propio sin repudiar La pecaminosidad humana Durante miles de años filósofos y teólogos han luchado por comprender estos dos aspectos de nuestra naturaleza. Por un lado, el ser humano, creado a La imagen de Dios tiene gran valor, un valor interno. Por otro lado, el ser humano es un ser caído, pecador que ha sido responsable de los sucesos más crueles de la historia. La dignidad y el valor de la humanidad, en contraste con su pecaminosidad, egocentrismo y orgullo constituyen la gran contradicción de la historia.